CAPITULO 9.-
E.- LA PRUEBA FINAL DE LA ENSEÑANZA.-


Sean cuales fueren las circunstanciadas evidencias que poseamos del éxito de nuestra enseñanza, la prueba final ha de buscarse en las vidas de aquellos a quienes enseñamos. ¿Han descubierto los tales la verdad que es en Cristo Jesús? ¿Han logrado conocerlo en su carácter salvador? ¿Lo han aceptado como su salvador y reconocido como su Señor? ¿Le han obedecido en el bautismo? ¿Se hallan ocupados, a semejanza de Cristo, en servir a sus prójimos? ¿Ejercitan los talentos que Dios les dio para Su gloria? ¿Prestan su apoyo a Su causa mediante sus buenas obras y servicios? ¿Cooperan para que las buenas nuevas lleguen hasta los extremos de la tierra? ¿Se esfuerzan por imitar a Cristo cada día en todos los aspectos de su vida?

El grado en que falten estas virtudes cristianas en las vidas de nuestros alumnos determinará el grado de deficiencia de nuestra enseñanza.

Dios tiene una forma misteriosa de hacer que se cumpla Su voluntad, y así, no siempre vemos las evidencias de los resultados de nuestra enseñanza, sólo El puede ver el resultado final de nuestros esfuerzos docentes. Sin embargo, el maestro cristiano consagrado que dedica a la enseñanza lo mejor de su esfuerzo, en el temor del Señor, aun cuando , a causa de las humanas limitaciones, no pueda responder con certidumbre a estas importantísimas preguntas, puede alentar la confianza de que se han de cumplir las palabras de la promesa que dice:

“…Mi palabra no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Isaías, 55:11)